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¿A santo de qué celebramos? El sentido de las fiestas populares, convertidas en "parques temáticos" para turistas

  • El turismo de masas amenaza el vínculo de las celebraciones con sus territorios
  • El folklorismo que busca rentabilizar las tradiciones termina alejándolas de sus raíces
¿A santo de qué celebramos? Las fiestas ya no representan a la sociedad
Imagen de archivo de la procesión de la Virgen del Carmen en Barbate, Cádiz EP / AFP7 / Oscar J. Barroso
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Las fiestas populares marcan desde hace siglos el ritmo de la vida en los pueblos y ciudades. Son momentos de diversión, pero también refuerzan la identidad colectiva y, cada vez más, atraen dinero. Cada año, San Fermín quintuplica la población de Pamplona y las sesiones de DJ se entremezclan con los encierros en el centro de la ciudad. En muchos lugares, las vallas, gradas, patrocinadores y experiencias pensadas para los visitantes parecen haberse adueñado de estas celebraciones y surge la duda de si la tradición todavía sirve para cohesionar a los autóctonos o ya es poco más que un decorado.

En un mundo cada vez más global y uniforme, las fiestas populares y los rituales "muestran lo distintos que somos", explica el director del Museo Etnográfico de Castilla y León, José Luis Calvo, que defiende su valor para reforzar la identidad colectiva. Las tradiciones y costumbres, consideradas desde hace más de dos décadas por la UNESCO como "patrimonio inmaterial" o "patrimonio viviente", son clave para mantener vivas comunidades que a menudo se dan por perdidas, como ocurre con muchas zonas de la España interior.

Los gestos suelen decir más que las palabras. No importa si se trata de una persona arrodillada frente a una imagen, alguien que enciende una hoguera o un pueblo que cada año se reúne para cantar, bailar o caminar en procesión. Todas esas acciones reflejan un sentimiento compartido de comunidad.

El precio de una postal

Sin embargo, no todo lo que huele a tradición lo es. Las fiestas populares no están al margen de los intereses económicos. Muchas fiestas se han adaptado a lo que espera ver el visitante. En un intento por destacar lo "auténtico" para venderlo, las celebraciones terminan por convertirse en productos muy parecidos entre sí, "como si fueran souvenirs de aeropuerto", explica el antropólogo y catedrático emérito del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) Luis Díaz Viana. No es nuevo, recuerda Calvo. Ya en los años 20 del siglo pasado se diseñaban barrios como el de Santa Cruz en Sevilla para que el turista encontrara lo que quería ver, esa postal de "lo andaluz".

Que las fiestas cambien no es un problema, siempre lo han hecho y significa que siguen vivas. Por eso los expertos prefieren no hablar de esencia ni pureza de lo auténtico. Prueba de ello es que, aunque el cristianismo ubicó a San Juan Bautista en pleno solsticio de verano, el fuego de esa noche, como símbolo de purificación y renacimiento, llevaba siglos encendido. El pretexto cambia con el paso del tiempo, pero el gesto permanece.

"Lo importante en un ritual no es lo que se dice, sino lo que significa sin decir nada, lo que se establece por acciones y gestos, no por palabras. Por lo que se vive y no por lo que se concibe", explica Díaz Viana. Más allá de su componente religioso o festivo, un ritual es una forma de contar quiénes somos sin necesidad de explicarlo.

Un decorado para el turismo

El experto recuerda que "la tradición, desde una perspectiva antropológica, siempre se inventa", por lo que no hay una esencia pura del pasado que se conserve sin cambios, pero la clave están en quién decide cómo cambian y con qué propósito. Mientras que antes la estética de los rituales emanaba del pueblo, cada vez es más frecuente que las diputaciones, las empresas turísticas y otros agentes externos intervengan en cómo se hacen las cosas. Todo ello se enmarca en lo que algunos llaman "capitalismo cultural o cognitivo" y es que, como remarca Calvo, "ya no se venden solo productos, se venden experiencias, se vende la vida".

Ya no se venden solo productos, se venden experiencias, se vende la vida

Un ejemplo paradigmático son los Caretos de Podence, en Portugal. Desde que esta mascarada fue declarada Patrimonio de la Humanidad, se ha masificado. Este ritual, hipnótico cuando se observa de cerca, ahora está cercado por vallas que organizan a los visitantes y rodeado de puestos de venta de merchandising. En cambio, las mascaradas de invierno de muchos pueblos de Zamora todavía logran resistir. No tienen tanta fama, caen en fechas complicadas —coinciden con la Navidad— y requieren madrugar y desplazarse. Para Calvo, esto permite que escapen de la lógica del turismo rápido y masivo.

Los rituales no solo sirven para celebrar, también ayudan a organizar la vida en común y marcar el tiempo. Lo importante no es tanto lo que se festeja, sino cómo se vive. Díaz Viana recuerda que las fiestas populares no solo reflejan lo que somos, también pueden cambiarlo. Por eso, durante esos días se abre una especie de paréntesis en el que las reglas se relajan y se aceptan los disfraces provocadores del Carnaval o la apropiación del espacio público de procesiones, desfiles y cabalgatas. Esta ruptura temporal del orden crea espacio para lo incómodo, como ocurre en la procesión profana de San Genarín en León o las turbas de Cuenca.

Parques temáticos del folklore

Esta función transformadora de los rituales se ve amenazada porque "hoy en día es difícil encontrar fiestas que no estén impregnadas de los tintes nostálgicos y mitificadores de la tradición que acompañan a los folklorismos", advierte Díaz Viana. Con ese término se refiere a la tendencia a convertir las costumbres en espectáculo para que sean más atractivas para el visitante y, así, más rentables. Lo que antes se construía por y para la comunidad, pasa a ser un evento destinado a ser fotografiado. "La creciente tendencia a una exotización de lo interno transforma las tradiciones en una suerte de parque temático de la etnicidad", explica el antropólogo. De este modo, la fiesta se vacía de sentido para los autóctonos.

Durante décadas, el Paso del Fuego en la localidad soriana San Pedro Manrique, en la noche de San Juan, era una tradición que pertenecía a los habitantes del pueblo. Hoy, su popularidad ha crecido tanto que se venden entradas, se construyen gradas y lo graban televisiones extranjeras. Aunque no es necesariamente negativo, la mercantilización del ritual corre el riesgo de arrebatarle su dimensión cohesionadora y transformadora, al romper su vínculo con la comunidad y eliminar la capacidad de reflejar lo que se es e imaginar lo que se quiere ser.

Las tradiciones de las Fiestas del Pilar arrasan en las redes sociales

Dentro del código ético de la Organización Mundial del Turismo aparece la idea de organizarlo de tal manera que permita la producción cultural artesanal tradicional, así como del folclore, y que no conduzca a su normalización y empobrecimiento. Educar al visitante —también a las instituciones, empresas y población receptora—, escuchar a las comunidades, distribuir mejor los flujos y no confundir el turismo de calidad con el de altos ingresos son algunas de las claves para no vaciar de sentido las celebraciones.